Sueño incierto

Por años he estado soñando que el ómnibus me lleva a un lugar desconocido. En taxi también lo mismo. Alguien nos secuestra y el chófer debe de ir hacia donde lo mandan. Le hablan por una transmisión que no es celular, yo diría radio, o incluso algo mas sofisticado, raro.

Y me imagino un lugar desconocido, recóndito, algo olvidado o salvaje. Es una forma de acortar el viaje.

Apenas me subo, doy la dirección, o saco mi boleto, me reclino en mi asiento y me imagino un nuevo destino incierto. Miles de aventuras, miedo, sorpresa…

Pero hoy no me pude imaginar nada…apenas me subí, el ómnibus lleno de gente inició una carrera loca y ahora, sin combustible se ha detenido. Todos han descendido y escucho preguntas de: dónde estamos? qué es esto? y qué ha pasado? Yo ni me bajo ni actuó…ha sucedido y sé que no podré regresar a casa….

Mi sueño no es más un sueño…

La bruja del lugar

Que yo era la bruja del pueblo. Que era y exorcisaba demonios mientras dormía. Era una bruja reconocida. Pero solo podía ejecutar conjuros y profetizar en sueños, mientras dormía.

Usted venía y me pedía algo. La bruja, o sea yo, podía o no. Nunca mentía, pues era bruja muy sincera.

Pero tenía que poder dormirme y soñar su problema. Resolverlo o conjurar para ayudar o para maldecir. Si lo lograba, le daba garantías y en ese momento, cobraba mis servicios. Si no lo lograba, usted no pagaba nada y seguíamos intentándolo.

En ese mundo onírico solucioné amores y maldije y escupí, no tuve piedad y ellos conmigo, tampoco. Hubo fatales pesadillas donde resulté herida y desperté sobresaltada

dando maldiciones. Pero hubo sueños casi amorosos que me levantaron con una sonrisa.

Hubo sueños imposibles y otros, reiterados y persecutorios.

Lo mejor fue soñar con el día y la hora de mi muerte. Y supe que era cierto. Y me dormí para esperarla. Y vino.

Pero lo bueno fue que de tanto probar sueños no solo pude escaparme un par de veces sino, lo más importante, pude burlarla para nombrar mi sucesora. Para hacerlo tuve que reunir todas mis energías e hice lo que nunca: me metí en su sueño. La nombré heredera de todos mis sueños y la hice dueña de mis profecías.

La bruja del pueblo ha tenido una hija, gritaron todos en ese lugar, despertaron y sonrieron felices. Era la primera vez que el pueblo soñaba conmigo. Y salieron a festejarlo. Y no pude ver más nada porque la Muerte, metida en mi sueño, me dijo que era mi hora.

La última

Don Terio tenía años e inundaciones encima de sus hombros cuando anunció que ésa, la que fue ganando la ciudad en forma lenta y paulatina, sería la última.

Nadie le hizo demasiado caso porque andaban ayudando a los que el agua dejaba sin casa. Y el río que solía ser desbastador en sus crecidas, fue avanzando en forma muy moderada durante tres noches, porque en el día las subidas se detenían. En el cuarto día se levantó el rumor de una extraña enfermedad.

En el quinto las personas no salieron de sus casas y los auxilios menguaron. El río seguía avanzando en forma acelerada y siempre durante las noches.

En la octava noche la luna llena alumbró una ciudad totalmente sitiada por las aguas y con un silencio ensordecedor.

Para la segunda y tercera semana de crecidas nocturnas y avasallantes, los pobladores ya tenían sus aletas y vejigas natatorias prontas. En la siguiente luna llena, todos nadaban y desarrollaban branquias. Y el río de crecidas nocturnas no paraba, no paró.

Para cuando la ciudad quedó completamente cubierta, bajo las aguas torrentosas, toda la población desarrollaba sus vidas nadando bajo el agua.

Algunos aún asomaban sus ojos de tanto en tanto, otros seguían sus vidas en el fondo del lecho de agua, los demás perfectamente organizados, recolectaban el sustento diario aprendiendo el cómo.

Debajo de la última inundación quedó Don Tirio, con sus aletas y su ojo visor, como lógico jefe del nuevo orden reinante bajo el agua.

Gertrudis en el espejo

Gertrudis nos dio indicaciones precisas de que a su muerte los espejos de su casa debían de cubrirse de negro por una semana. Nos dió un poco de risa y un poco de pena.

El día de su muerte nos ocupamos de todo. Sepelio, flores, esperar los parientes lejanos y organizar en el atardecer una comida decente en su casona, para despedir su memoria.

Salió todo bastante bien, la tía abuela Gertrudis había vivido muchos años, nunca había sido la más solicitada ni la más envidiada, era una despedida tranquila.

A las 8 y 30 servimos unas empanadas y el viejo reloj de la sala que llevaba más de diez años de silencio, empezó a sonar. Nos miramos y recordamos, al lado estaba el espejo oval, y ni ese ni ningún otro habían sido tapados como lo pidiera la muerta.

Cuando el reloj paró de sonar, cuando todas estábamos oyendo, cuando todo fue silencio, Gertrudis apareció en los espejos y nos dijo: » les avisé que taparan los espejos «.

Mamá huyó a la Iglesia, la abuela y la tía se alejaron rezando, los hombres se fueron por el patio haciendo como que iban riendo, nosotras ante la estampida general, a duras penas nos quedamos e intentamos cerrar la puerta que se negó a toda llave.

En un cónclave secreto nadie más nombró el hecho ni fue a lo de la difunta. Pasaron los días, los vientos, las lluvias.

En la primera luna de un verano caluroso nos fuimos a ver la casa. No había nada, ni el rastro, ni la sombras de las ruinas, salvo claro, el espejo oval tirado sobre el resto de escombros…

Vendedor de espejos

Un vendedor de espejos en este siglo es una auténtica estupidez. Eso pensó el pueblo entero y esa noche, en la plaza, cuando el hombre armó su estand y comenzó a mostrar sus espejos, no se arrimó nadie.

Pero el tipo fue perseverante, toda la semana a la misma hora montaba su puesto ambulante de espejos. Al final nos ganó la curiosidad y fuimos visitándolo.

Nadie se quedó sin comprar un espejo. Era fascinante: llegabas y sólo con tu nombre, tu fecha de nacimiento y tu color favorito, te asignaba tu espejo. Y te lo comprabas.

Quién podía resistirse a un espejo que te mostraba tu infancia, tu presente y tu futuro?