En invierno salimos a pescar y el río estaba silencioso. En la seguridad del silencio hicimos las trampas para los peces. El día, frío pero sin crueldad, tenia de su parte un sol tibio.
Tiramos las líneas he hicimos acopio de esa paciencia infinita de los que sí saben pescar y aprovechamos, supongo, para dejar vagar ideas, pensamientos viajeros, silencio con propósito de que la mente se liberara.
A las dos horas, el sol ya se estaba alejando, decidimos volver, apenas dos peces serían la cena frugal pero sin dudas, festejada. Y tiramos los anzuelos por última vez ;mi hermana gritó feliz, traía sin dudas algo grande.
Y tuvimos que tironearle entre las tres, agitadas y maravilladas, ya hacíamos conjeturas cuando vimos el cuerpo sin vida que acercábamos.
Mi hermana soltó todo y corrió hacia el camino como si yéndose pudiera evitar lo ya hecho. Mi madre, ecuánime y curiosa, siguió tirando y me ordenó que llamara al 911.
Fue el principio de la catástrofe. Cómo íbamos a saber que pescaríamos un suicida que había sido mi primer novio…