La mujer había bordado con esmero el octavo almohadón del día y cuando lo colocó para vender supo que no era otro cualquiera.
El almohadón en el puesto de venta también supo que era diferente porque no podía quedarse quieto.
Los almohadones, sobre todo los bordados primorosamente, suelen ser hechos para el descanso y la holgazanería, o también para exhibir en forma estática sus formas y colores.
Octavo almohadón nació con vida propia y le arruinó la vida a mucha gente. Su propia bordadora apuró su venta por menos de la mitad de precio al verlo cambiarse de estante.
La joven que lo compró creyó que estaba loca al verlo cambiarse de posición y de lugar; lo abandonó en la basura. Octavo almohadón no se quedó mucho tiempo ahí, se fue con un señor mayor un poco borracho, le sirvió de almohada por un rato hasta que saltó debajo de un gato. El gato huyó despavorido, el señor juró no beber más y el octavo siguió arruinando vidas, con su tejido intacto y su figura perfecta.