Mi sombra (3)

Ser sombra de una sombra, destino o castigo, lo que sea. Dejé la casa sin luz, prendí unas velas viejas en los más viejos candelabros. Escarbé los cajones y descolgué las telas de arañas, di el aspecto de descuido y suciedad propicios. A la hora del crepúsculo, mi sombra, seducida por la tenuidad de la luz salía a bailar cada noche en el espejo de la sala. Ahí la esperé. Ahí la encontré, finísima y perfecta.

Intenté seguir su juego de bailes exóticos, de llamados ingratos en su vaivén lujurioso, fue terrible. En aquella penumbra, jugar a ser sombra de la sombra. De una sombra que sabe bailar, que sabe llamar, que sabe jugar, justo yo que soy tan triste…

He llegado a la conclusión de que para ser sombra de mi sombra deberé aprender a ser feliz, a jugar sin pensar, a dejarme llevar por sensaciones. Mientras tanto, vuelvo a sillón raído de la vieja sala, a mirarla, asombrada, enmudecida. ¿Cómo pudo salir de mí una sombra tan casquivana y transgresora?