Un vendedor de espejos en este siglo es una auténtica estupidez. Eso pensó el pueblo entero y esa noche, en la plaza, cuando el hombre armó su estand y comenzó a lucir sus espejos, no se arrimó nadie.
Pero el vendedor fue perseverante, toda la semana a la misma hora montaba su puesto ambulante de espejos. Al final nos ganó la curiosidad y fuimos visitándolo.
Nadie se quedó sin comprar un espejo. Era fascinante: llegabas y sólo con tu nombre, tu fecha de nacimiento y tu color favorito, te asignaba tu espejo. Y te lo comprabas.
Quién podía resistirse a un espejo que te mostraba tu infancia, tu presente y tu futuro?