Mujer hielo

Cuando llegaba el verano se congelaba. Tenía predisposición a ejecutar un ritual que destrozaba el calor que en el pueblo era terrible y se iba enfriando hasta el grado de congelación.

Cierto que el calor en aquel pueblo era ardiente y solía derrumbar a más de un mortal. Los pájaros caían achicharrados desde los árboles.

Los montes cercanos se incineraban solos y las chicharras gozaban de su canto durante cinco o seis meses.

Los arroyos se volvían hilos desparejos que a veces no iban a ningún lado. El río solía quedar expuesto y su suelo de rocas emergía desnudo y brutal.

Era difícil dormir y difícil despertar. Un letargo sordo se asentaba desde la media mañana y hasta el atardecer, el aire parecía detenido y el sudor del pueblo entero ascendía desde las veredas ardientes.

Nada de esto la afectaba, nada la tocaba pues ella entraba en su estado de congelación. Su casa, antigua y despintada, era el único rincón fresco del pueblo. Su cuerpo de hielo, hundido en la penumbra daba un respiro al viajero, era el paradero de los afiebrados y el oasis de los sedientos.

Todos los pueblos del mundo tienen personajes extraños pero sólo aquel logró una puta de puro hielo en medio de un pueblo infernal y sediento.