Mujer fuego

Piromaníaca de nacimiento decidió encenderse cada vez que se enojaba. Se enojó casi siempre pero no fue por ira su final de fuego.

En su niñez, llena de precariedad y falta de ternura, se enojó y tuvo caprichos que la llevaron a pataletas brutales. Ahí descubrió su poder de fuego.

Después, en la adolescencia, cuando notó que era poco agraciada se enojó consigo misma y con las chicas bellas y quemó a cuanto joven se le acercó.

Adulta y resentida se fue a vivir sola y se incendiaba de cólera cada vez que algo le salía mal, si un gato se le perdía, si una planta se le secaba, si la casa estaba sucia o si el trabajo la agotaba.

Se fue haciendo mayor, una mujer huraña y solitaria que se incendiaba en cólera y fuego con apenas un disgusto. Pero esa noche, una luna bella la tentó a salir de su casa y caminó lento y sin tino; no supo dónde ni cómo apareció aquel hombre oscuro, desgarbado y tranquilo que comenzó a caminar a su lado. Tampoco supo porqué no se enojó, el tipo acomodó el paso al suyo y anduvieron callados, parejos y a buen ritmo por el sendero único del Río.

Después ella pudo encontrar el camino del regreso y el hombre la siguió sin hablarle. Ni se despidieron. Ella entró y él siguió, inmutable.

Al otro día a la misma hora salió a caminar, en la misma esquina el mismo hombre se le unió. Caminaron de nuevo sin hablar y emparejaron los pasos. Y volvió ella a su casa y el hombre siguió su camino . Así comenzó la historia que duraría meses, invariables caminatas y nada más, silencios cómplices, pero las sombras de ambos iban cada vez más unidas.

La noche que la miró sintió que el incendio era otro, el día que la besó se sintió quemada viva y la tarde que él entró a su cama y la amó, ella ardió con tal intensidad que sólo sus cenizas halló el hombre a la mañana siguiente.