Por un lado había que solucionar el trajín cotidiano. Eso que implica sobrevivir en la sociedad . Por otro lado había que solucionar si vendíamos o no la casa de nuestros padres con todas las discusiones que eso implicaba. Pero además estaba la posibilidad de quedarnos sin trabajo y eso nos desbarataba todos los planes. Y como si todo eso fuera poco: dependíamos de ser descubiertos y si lo hacían nos desaparecían, era el código de los 70, éramos jóvenes y contestatarios.
En realidad de lo único que dependíamos era de lo último. Si nos atrapaban, no había más nada. Ni venta ni nada de nada. Pero si lográbamos vender pronto, podíamos aspirar al exilio.
Antes de vender y partir pasamos por los tentáculos del miedo: eran de colores diversos e intensos.El verde oliva y el negro, aterrorizaban.
En el exilio todos los tentáculos del destino se aferraron, intentamos no extrañar y nos esforzamos por comunicarnos en un idioma desconocido.
Vivimos entre tentáculos y no pudimos soltarnos. El miedo a desaparecer es un conjunto de tentáculos. El exilio en cambio, tiene el proceso de un duelo.
Los duelos pueden durar un tiempo o siempre, el exilio puede ser temporal o para siempre. Depende de cuán fuerte sean los tentáculos.
Algunas y algunos exilados pudieron regresar, otras y otros murieron antes… nosotras, enredadas en tentáculos nos perdimos a nosotras mismas y nunca más nos encontramos.