Los martes

Los martes mi pequeña casa se transforma. Le preceden días de preparación en secuencias desde el viernes, así cuando llega el martes puedo terminar el ritual completo.

El martes bebo ese batido especial cuya receta dejó mi abuela y que rezó en voz alta por primera vez, en su lecho de muerte. Sólo mi madre la recordó y luego la escribieron: mi abuela era analfabeta.

Así comienzan mis martes: brebaje de la abuela. Baño con flores y hierbas. Ropa de algodón. Y voy juntando fotos y encendiendo velas. Luego inciensos hasta que la casa cambia su aspecto.

Mi querido amigo, amante, compañero de vida sabe que los martes debe dejarme sola hasta el anochecer.

Camino por la casa, voy nombrando mis muertos queridos, mantengo una discusión con mi hermana y le pregunto a mi madre si me dará la razón. Coloco un disco de Piazzolla y charlo con papá si es o no tango. Le pido a la abuela un cuento de su cultura italiana que sólo ella narraba. Vuelvo a leer con mi hermano un libro del lejano oeste. Mi difunto marido fuma como siempre y sonríe como la última vez. Mis tías discuten todas entre ellas y yo, cebo mate con hierbas y un poco de azúcar.

El día se desplaza lento. Vuelvo a encender más velas y enciendo más inciensos. Lleno los floreros con flores, dejó un fondo de música suave. Llegó la hora de beber con ellos y brindar y agradecer que cada martes, estén conmigo…

A veces también vienen algunos amigos y amigas muy entrañables, mis suegros y mi hermanita, que nunca conocí y la puedo tener en brazos.

Después se van retirando sin hacer ruido, me voy durmiendo en el sofá, les tiro besos, les digo: “ hasta el próximo martes” y me duermo en paz.

Dicen que estoy loca, que bebo mucho, que alucino, que uso drogas… tal vez todo eso sea cierto pero el resto de la semana, lo juro!, soy una persona normal.

Mujer palabra

Dicen que la mujer contaba narraba leía historias y su voz la iba transformando en palabra.

Y que si la historia era romántica se transformaba en la palabra amor, si era cuento de miedo en la palabra temblor, si era algo cómico se transformaba en la palabra risa.

La aldea se reunía cada tarde a escuchar sus historias que jamás eran las mismas. A medida que las contaba todas y todos se iban sintiendo hechizados, adormilados, hipnotizados.

Hasta el día que narró una historia bellísima y larga de un bosque lleno de pájaros de colores. Fue tan largo el cuento que se fueron durmiendo sin notarlo y al alba, estiraron las alas y salieron de los árboles a buscar semillas.

El único espejo

Un espejo y sólo uno. No había otro que pudiera mirar. Sería su loca fijación porque se lo dejó su abuela, sería porque fue lo único que conservó de su infancia. Quién sabe y qué importa.
En la afilada y resbalosa superficie, cada noche se untaba la cara con crema…escudriñando. Algunas veces el cristal le hablaba o más bien, le mostraba: sus absurdas mentiras, sus comentarios hipócritas, su mansedumbre comprada, su indiferencia pagada, su lejanía forzada.
Y de tanto buscar sus perfiles oscuros en el único espejo que no le mentía, desapareció en su diáfano cristal sin dejar huellas.

Desesperación técnica

Estoy al borde de la desesperación técnica. Pero es normal, si soy de una generación que creció a radio y luego, a TV codificada, con pocas horas de retrasmición en blanco y negro. Verdad que ya es extraño que pueda hoy jugar con pantallas varias, de diverasas configuraciones y ritmos? Y es inevitable la pregunta: si yo crecí con un lápiz de mina y luego con Parker de cartucho de tinta, terminé apenas con los casetes grabando clases largas, y logré este pantallazo, que hoy es de una forma y mañana de la otra, qué harán mis nietos en cincuenta años?
Evidente que no leerán las mismas cosas, que no podrán con estas agujas,con estos hilos de palabras que yo desgasto este sitio pero, qué harán realmente?
Esa incógnita me la llevaré a la tumba. Pero saben qué…? hoy estoy desesperada en forma técnica y los únicos que pueden ayudarme, son mis nietos…y eso
también es maravilloso.
Cuando tenía la edad de mis nietos apenas podía ayudar a mi abuela con un mandado a la panadería o acompañarla al dentista. Mi abuela tenía una pierna más corta que otra, había tenido un accidente automovilístico, más bien camionístico, habían chocado yendo a su chacra. A mí, llevarla al dentista me daba vergüenza porque la abuela era coja. Me pregunto hoy, de qué les dará vergüenza a mis nietos?. Seguramente cuando emprendo tarea con estos cambios de pantallas y tengo que recurrir a ellos porque no las entiendo.
Si no logro entender las pantallas, me quedo escribiendo con la Bic, sigo aferrada al pasado, quiero vivir con esta tecnología de hoy pero escribiendo como ayer, pero a su vez, con la del futuro que ya no me pertenece. Y es todo como una gran duda existencial que me torna desafiante a ratos, y lúgubre a otros, porque más veo más me falta por ver, más mar de dudas crecen y más tengo
que leer, escribir…no tendré tiempo.
De vez en cuando es bueno saber qué no tendremos más tiempo que el que tenemos, y arremeter contra todo y pantallas, llamar a los hijos y los nietos para que ayuden y distraerse pensando, mañana lo lograré yo sola…

La silla

Era la misma silla, dijo la tía abuela al verla, la misma que arrastró desde su pueblo natal y que bordó primorosamente para casarse. Era costumbre restaurar y bordar el tapizado de una silla como señal de bonanza en el casamiento.

No hubo forma de que entendiera que no podía ser la misma, que habían pasado setenta años y que no podía lucir igual.

La artesana que la encontró y la reutilizó, la que bordó su tapizado, estuvo de acuerdo con la tía abuela. Porqué no puede ser la misma? nos preguntó. Y porqué no puedo haber intuido los mismos colores y dibujos?, también nos preguntó. Hay cosas más complicadas y sin embargo, suceden…

Así que ahora, en el cumpleaños de noventa de la tía abuela, compramos la silla y la pusimos en su habitación… con la secreta ilusión de que se siente en ella y vuelva a su juventud y se ría y cante y entone melodías de amor, como hacía en esos días de novia…

Soledad apresurada

En algún lado leí que Gabriel García Márquez decía que para saber envejecer hay que aprender a llevarse bien con la soledad. Y creo que tiene razón.

Eso le dije a mi prima en su último cumpleaños cuando le entró la crisis de los setenta.

Yo no pienso llevarme bien con nada, me dijo sin apuro. Ni con la vejez, ni con la soledad.

Bueno, parece que la biología te lo aprueba, le aseguré tomando un mate recién cebado, estás espléndida y vas a vivir muchos años más.

Nadie se compra la vida, ha muerto gente tan joven, me respondió casi susurrando. Te das cuenta que tengo setenta años?… y me miró lejana e indiferente.

No sé cómo se las arregló para estar muerta a la semana siguiente. Nunca había sentido nada, era fuerte como un roble, hacía su yoga semanal, su dieta balanceada y un ACV se la llevó antes de que pudiera acostumbrase a la soledad y a sus arrugas.

Tentáculos

Por un lado había que solucionar el trajín cotidiano. Eso que implica sobrevivir en la sociedad . Por otro lado había que solucionar si vendíamos o no la casa de nuestros padres con todas las discusiones que eso implicaba. Pero además estaba la posibilidad de quedarnos sin trabajo y eso nos desbarataba todos los planes. Y como si todo eso fuera poco: dependíamos de ser descubiertos y si lo hacían nos desaparecían, era el código de los 70, éramos jóvenes y contestatarios.

En realidad de lo único que dependíamos era de lo último. Si nos atrapaban, no había más nada. Ni venta ni nada de nada. Pero si lográbamos vender pronto, podíamos aspirar al exilio.

Antes de vender y partir pasamos por los tentáculos del miedo: eran de colores diversos e intensos.El verde oliva y el negro, aterrorizaban.

En el exilio todos los tentáculos del destino se aferraron, intentamos no extrañar y nos esforzamos por comunicarnos en un idioma desconocido.

Vivimos entre tentáculos y no pudimos soltarnos. El miedo a desaparecer es un conjunto de tentáculos. El exilio en cambio, tiene el proceso de un duelo.

Los duelos pueden durar un tiempo o siempre, el exilio puede ser temporal o para siempre. Depende de cuán fuerte sean los tentáculos.
Algunas y algunos exilados pudieron regresar, otras y otros murieron antes… nosotras, enredadas en tentáculos nos perdimos a nosotras mismas y nunca más nos encontramos.

Lección de feminismo 3

Algunas tías y primas obedecieron el designio que estableció la abuela: » no se dejen faltar el respeto en ningún lugar»…

La más pequeña Dorotea, fue la que tomó lecciones de boxeo, creo que sólo un par de veces golpeó unas mandíbulas en la calle, mandíbulas que tenían lenguas que se atrevían a ofender su cuerpo. Hubo un par de complicaciones así que aprendió a mirar fijo a los hombres y esa mirada, los espantaba.

Berta fue la genial que se iba al cine sola, esforzándose con una pollera tubo y tacos agujas en disimular el peso de su cartera llena de piedras. Arremetió contra los toca culos a la salida del cine y dejó hombres ofendidos y un par de mejillas hinchadas.

La más sutil y extraordinaria fue Delia. Tenía figura de guitarra y se apretaba la cintura, y se bamboleaba sobre tacos de diez centímetros y iba derecho al tocador de culos femenino del pueblo. Y lo miraba lánguida y esperaba la mano y le tiraba un pedo que retumbaba. Comía especialmente porotos horas antes.

Lecciones de feminismo de una época que después heredé sin detenerme a ver de dónde provenían mis reclamos y transgresiones.