Mujer arena

Era toda ella un ser de arena, infinita, escapista, eterna. No tenía edad, era siempre igual pero distinta, valga la paradoja.

Había sido, según contaban pero nunca lo creí, madre y esposa fiel, cuando la conocimos era soltera y de edad indefinida, trabajaba con manos de artista cuadros de bajo costo. Era ser de playa, siempre estaba ahí o allá, cada verano, y nadie sabía dónde estaba en invierno. Pintaba todo el día y al atardecer, bajo la media luz del ocaso, vendía sus cuadros de tamaños diversos, a los turistas.

Hablaba con todos o a veces, con nadie, puede ser lo mismo. Era indefinida y triste, también solía cantar mientras ofrecía sus cuadros.

Con los años se transformó en la atracción de la zona, no por desearlo sino porque sí, porque en realidad era enigmática y atrayente.

De noche bajaba a la playa y nadaba. Una hora o dos jugueteaba con eso de ser sirena o pez. Nadie osó nunca molestarla.

Tenia una voz con sonido de arpegio musical impreciso y una cabellera extensa que cubría sus faldas coloridas. Una mujer con semejante misterio puede pasar desapercibida o por el contrario, hacerse famosa sin hacer demasiado. Fue este el caso de la mujer Arena, nunca le conocimos otro nombre y así firmaba sus cuadros. Los amores se los llevaba de noche a la playa cuando jugaba en las olas. Pero eso decían porque de verdad, nadie supo el nombre de ninguno de los amantes que le inventaron.

Cuando amanecía en la playa, tendida sobre su propia falda, parecía tener en su cuerpo una energía de soles y lunas que la embellecían sin que ese fulgor se entendiera.

Qué misterio esa mujer Arena, dejó un montón de cuadros, un montón de polleras coloridas, miles de rumores sin comprobar, un seudónimo que como ella era extraño y una vida pasajera, como la arena misma de esa y de otra y de todas las playas del mundo que conocemos.