Gimena llora aceite

El día que Gimena comenzó a llorar gruesas lágrimas de aceite fue el día del incendio en la aldea. En el fragor de las llamas y ante tanta lucha por salvarse y salvar, no pudo notarlo.

Fue después, cuando los aldeanos la hicieron llorar con recuerdos que notó y notaron que chorreaban aceite sus ojos marrones.

Después quisieron darle una explicación y ella juntó fuerzas para recorrer curas milagrosas o profesionales. Las lágrimas siguieron espesas y aceitosas de un inusual color verdoso.

Y para colmo de sus calamidades las lágrimas le brotaban por todo y por nada, que suele ser lo mismo. La gente se preocupó un poco y ella mucho más, entendió que llorar aceite era muy peligroso. En dos ocasiones estuvo a punto de provocar incendios y en otras tantas, dejó resbalosas las calles luego de la lluvia.

Tuvo que aprender a llorar a solas, en un lugar solitario y sin peligros. No fue fácil. Porque era llanto sorpresivo y brotaba y a veces, no paraba.

Hasta que llegó la mujer aquella que sugirió juntar las lágrimas de aceite. Y el aceite fue bueno. Y se podía consumir. Y era rico y oloroso y era aderezo delicado, fino y gustoso.

Desde entonces andan los aldeanos recordándole episodios tristes o contándole injusticias, así nutren la mesa de cada familia con las lágrimas de Gimena que las regala sin tregua.