Algunas tías y primas obedecieron el designio que estableció la abuela: » no se dejen faltar el respeto en ningún lugar»…
La más pequeña Dorotea, fue la que tomó lecciones de boxeo, creo que sólo un par de veces golpeó unas mandíbulas en la calle, mandíbulas que tenían lenguas que se atrevían a ofender su cuerpo. Hubo un par de complicaciones así que aprendió a mirar fijo a los hombres y esa mirada, los espantaba.
Berta fue la genial que se iba al cine sola, esforzándose con una pollera tubo y tacos agujas en disimular el peso de su cartera llena de piedras. Arremetió contra los toca culos a la salida del cine y dejó hombres ofendidos y un par de mejillas hinchadas.
La más sutil y extraordinaria fue Delia. Tenía figura de guitarra y se apretaba la cintura, y se bamboleaba sobre tacos de diez centímetros y iba derecho al tocador de culos femenino del pueblo. Y lo miraba lánguida y esperaba la mano y le tiraba un pedo que retumbaba. Comía especialmente porotos horas antes.
Lecciones de feminismo de una época que después heredé sin detenerme a ver de dónde provenían mis reclamos y transgresiones.