Leía que para escribir poesía
hay que lidiar con la melancolía.
Que nadie puede concebirla si no es
un tanto, poco, mucho, nostálgico.
Creí entonces mi obligación intentarlo,
por esa nostalgia eterna que guardo
aún en mi mejor sonrisa.
Allá lejos, en ese tiempo pasajero,
ese tiempo que nunca nos pertenece,
que a cada segundo es pasado,
me llega el fulgor opaco verde amarillento
de tu mirada, tu felicidad en los ojos
pintando el adiós irreversible.
Fue el instante donde mi vida cambió
para siempre y me di cuenta.
Esa mirada de hombre que se va,
por lo menos en lo físico, de hombre
que sabe que nunca más, de hombre que
abandona la batalla de vivir pero
aún así, se ilumina para decir adiós…
Como en una película se me clavó en
esta memoria prodigiosa
tu mirada de ese día, sabias que ya
no volveríamos a estar juntos y
trataste de darme un adiós sin pena,
trataste de amortiguar lo que sería tu
mortaja al día siguiente…
No sé cuánta energía juntaste, meses sin
comer, toneladas de calmantes, para
poder sonreír desde los ojos y me miraste…
Una de tus frases favoritas, me gusta el
final de la persona, decías siempre,
lo demostraste ahí: tu final fue sonreírme,
agradeciendo, despidiéndote sin llanto,
para menguar mi propio llanto después.
Esa mirada, vieja, cansada, debilitada,
recobró por un instante aquella que casi
veinticinco años antes, me sugirió
una cita con atrevimiento y alegría.
Así nos despedíamos, intenté ignorarlo,
intentaste disimularlo, pero los dos sabíamos…
era la última mirada, tus ojos y mis ojos,
en medio de la Sala de CTI…
Qué manera de decirnos adiós…
Y me pregunto hoy, hoy que ya hace tanto
olvido sobre lo que fuimos,
si este recuerdo no es melancolía…
Y si lo es… alcanzará para una poesía o
de nuevo caí en la forma
narrativa que me tiene presa?