Tejía siempre en un telar enorme que hizo construir a su gusto.
Cuando elegía las lanas, las iba tiñendo de colores con sus manos y con elementos de la naturaleza.
Siempre decía que color a color, la naturaleza gana y se negó siempre a utilizar otra cosa que no fueran raíces, semillas, plantas.
Era un tejedor formidable, en nuestro pueblo la gente se arremolinaba por verlo junto a su telar.
En la feria regional su puesto era muy visitado: no vendía nada, sólo elegía hilos o lanas, teñía, tejía.
Tejer era todo lo que le interesaba hacer y si le pedían algo imposible, ahí mostraba su destreza, realmente se expresaba.
Eran épocas oscuras de las que no queremos acordarnos, el pueblo sublevado, las fuerzas públicas reprimiendo, la gente común con el temor en cada paso…
El tejía, horizontes de soles, esperanzas azules, sueños enraizados en brazos de trabajadores.
Tejer era su destino pero no lo sabíamos.
La noche que me llevaron de mi casa él tejió en su telar sin parar: lágrimas, horrores, pesadillas, golpes. Y no se equivocaba, todo eso me pasaba.
Cuando dejé de sentir tanto miedo, cuando pasó el tiempo, me liberaron, y logré dormir, él me tejió una almohada donde pude conciliar otra vez, el sueño.
Eran épocas duras: hoy me llevaban a mí y mañana al otro, y así. La gente que conocías desaparecía.
Mientras todo eso sucedía él, seguía tejiendo. Sin parar lo hacía: brazos, piernas, rostros, todo lo trenzaba y armaba, como un enorme rompecabezas.
Cuando encontraron el gran telar y le preguntaron quién era esa gente supimos que el tejido estaba completo y la única cara que faltaba, era la suya.
Cuando lo encerraron quisimos llevarle un telar, uno pequeño, no importaba, sabíamos que sin tejer, se nos perdería.
No nos dejaron, él se quedó callado, no entendía que mal podía hacer un telar en una cárcel.
Y todos quisimos tejer por él: para llevarle algo que lo recompusiera, que lo sostuviera. Pero los hilos y lanas se nos negaron, se nos enredaron, no supimos hacerle casi nada.
Eran épocas tan crueles que su tejido fue desbaratado, las miles de caras tejidas fueron tal vez quemadas, no lo sabemos.
Cuando salió de prisión fue derecho al telar y quiso recomponer su vieja manía de tejer lo que pasaba hoy y lo que pasaría mañana.
Fue como un suicidio de lanas y colores, se mató de tantos hilos y tejió sin parar un sol, una bandera, una lucha que acababa.
Qué explosión de colores, qué impacto de texturas: el tejedor volvió a sus tramas.
Y esa noche el pueblo durmió tranquilo y en paz. Porque el tejedor decía que pronto, muy pronto, se acababa…se terminaba…
Y ya no hizo más nada que enseñar a tejer colores, hilos, lanas… pero más que nada, enseñó a tejer sueños y esperanzas.
Nosotros en ese tiempo andábamos justo sin sueños, ni esperanzas… pero sus ganas y sobre todo, su tejido empezaron a taladrar nuestras ideas. No sé quién se animó a tejer primero, pero fue alguien y ese alguien pudo. Poco a poco, lentamente, fuimos animándonos todas, todos. Con colores desparejos, con formas inexactas, pero tejíamos, alentados por el gran telar que no paraba.
Y tuvimos una primera exposición de tejidos. Y no era buena, sólo era esperanzada y loca, por eso la gente fue. Por eso tal vez, a pesar del poco dinero, la gente nos compró. Empezó el otro sueño, tejer en forma cooperativa, otra de las palabras prohibidas.
Artesanales, desprolijas e incluso, subversivas fueron nuestras exposiciones. Hoy nos corrían de acá y mañana de allá. Algunas veces nos detenían pero siempre logramos escapar. Nos fuimos organizando, nos fuimos armando de tejidos, valores, coraje y un espíritu de confianza empezó a desterrar la interminable miseria que teníamos acumulada.
Años de peregrinación y tejidos. Años de escarparnos y burlarlos. Años de organizarnos para finalizar el gran tejido que habían quemado y que recompusimos.
Nuestro pueblo, diminuto, que fue fundado de olvido, pasó a ser un pueblo tejido. La catedral y la plaza, la gente y sus veredas, lucen en un mural hecho de fino hilado, las caras de todas, de todos, los que alguna vez, lo habitaron.