Estoy congelada de muerte y de refrigerador. Pero hoy me toca la autopsia. Hoy salgo y el médico forense hará de las suyas con lo que fue mi cuerpo para finalmente dictaminar que fue un accidente.
No fue un accidente en realidad fue un suicidio pero lo hice bien. Se cayó el cepillo de dientes eléctrico en la bañera! Y yo dormitando en el agua! Morí de un paro cardíaco que es mucho mejor que morir de cáncer.
Ahí está, ese es, tendrá unos cincuenta años, se le nota la experiencia… deducirá mi truco? Bueno no me importa, ya estoy muerta. Mira mi cuerpo desnudo cómo puede mirar una tabla. Obviamente tiene experiencia y sabe lo que tiene que hacer. En una hora más mi cuerpo será un montón de cortes y órganos removidos qué tal vez, digan la verdad.
Me aseguré, eso sí, de que no culpen a nadie. La noticia del cáncer la esperaba hacía un año y el plan lo había pensado también casi el mismo tiempo.
Lo que el médico no sabe, creo yo, es qué hay una pequeña energía restante hasta unos tres días después de la muerte. Yo la he reservado para abrir los ojos en cuanto meta el bisturí en mi pecho. Sólo eso podré hacer y ya después sí, nada, la nada. Esa pequeña travesura para despedirme de la vida con un toque mítico, diferente…
Ahí viene el bisturí en sus manos enguantadas, ya estoy pronta a usar mi último soplo de energía en una pequeña broma que deseo sea contada en todos los pasillos.
– Javier, ordena el médico forense, ponele la mano sobre los ojos mientras corto con el bisturí por favor… muchos muertos los abren y la verdad, no me gusta.