Que la lluvia caía sin ruido sobre el cristal de la ventana. Caía sin cesar pareja, sana y silenciosa.
Que la miraba tanto, la frente sobre el vidrio, el cuerpo sin sentido, la mente fija sin pensamientos, sobre el agua.
Que la lluvia conmovida la invitó y ella, sin pensarlo aceptó.
Y qué entonces ella fue lluvia y adentro de su casa se formó un lago de su propio cuerpo.
Y qué ella y la lluvia fueron una sola cosa: agua que lava, que cae, que se ahoga en sí misma como de llanto silencioso.
Fue una mujer lluvia en esa tarde de invierno y la lluvia fue ella y ya no pudieron separarse.