Lila se llamaba la araña que apenas comenzaba a tejer su tela se aburría y se iba por ahí a hacer otras cosas. Cosas que no hacían otras arañas. Cuando regresaba no tenía ni tela, ni comida. Las otras arañas la convidaban porque Lila era muy joven.
– Ya entenderás, le decían, no debes descuidar tu tela y así tus presas, vas a pasar hambre si no lo haces.
Y Lila prometía y al día siguiente tejía primorosa y apurada, todas las demás arañas sonreían, pero a medio día o principios de la tarde, otra vez desaparecía y regresaba al anochecer muerta de hambre.
Pasó el tiempo y las arañas entendieron que Lila no aprendería a ser una verdadera araña. Decidieron dejar de darle de comer pero, aunque no lo parezca, las arañas entre ellas son muy pacientes y solidarias. Siempre una o dos le arrimaban alguna comida a Lila.
Y así siguió Lila su vida tejiendo con empeño por las mañana y saliendo de paseo hasta la noche por las tardes. Fue entonces que apareció en plena mañana en su pequeña tela un macho que la invitaba a fecundarla. Lila, ante el asombro de las arañas aceptó encantada y pudo tener así montones de huevos. No se comió al macho cuando finalizó la fecundación, cosa que sí hacen muchas arañas. Se dedicó a cuidar en extremo sus huevos, dejó de pasear por las tardes y cuando sus hijitas comenzaron a salir, Lila les empezó a contar cuentos.
La tela de Lila creció y creció, todas sus hijas tejían y atrapaban presas con precisión y todas amaban a esa mamá que iba tras ellas contándoles historias que había traído de sus recorridas anteriores.
Y así siguió Lila contando historias para hijas y nietas, vecinas y conocidas, comiendo poquito, sin tejer nada y narrando un montón de cuentos.
Cuando se murió las arañas la extrañaron mucho y tejieron para ella un bello cartel que decía:
ACÁ VIVIÓ LILA UNA ARAÑA CON MUCHAS HISTORIAS