Cuando nació Poly. su mamá le puso ese nombre porque ya no se le ocurrían más nombres de tantas hijas e hijos que tenía, apenas logró emitir sonido se puso a protestar.
– Qué ropero tan viejo eligieron para vivir… es horrible!
– Pues aquí viene poca gente y no fumigan nunca, dijo su mamá, así que es un buen lugar.
– Espantoso, siguió protestando, estoy segura qué hay lugares más bonitos… más modernos…
Y Poly aprontó sus alitas para escaparse en cuanto las fuerzas se lo permitieran. Al día siguiente organizó un vuelo dentro del viejo ropero y por una hendija, se escapó y juró no regresar a vivir en ese lugar oscuro, antiguo, rotoso.
Primero tuvo que recorrer el galpón donde estaba el ropero, montones de trastos viejos y al fin encontró una ventana. Desde allí y bastante lejos para sus pequeñas alas, divisó un linda casita. Ahí tal vez, pensó Poly, se pueda vivir mejor. Y tomando impulso y fuerza se fue a la casa.
La llegada fue triunfal porque las niñas y niños que jugaban en el jardín la aplaudieron, o eso creyó ella, por suerte no hizo caso y buscó rápidamente un lugar para instalarse. Encontró placares llenos de cosas asquerosas y por fin, en la planta alta, cuando sus alitas ya no podían más, encontró un guardarropas de color rosa repleto de vestidos, pantalones, buzos, camisas, calzones, medias… en fin, un banquete que casi enseguida comenzó a degustar.
Por unos días estuvo feliz. Comenzó su banquete esa misma noche en el silencio total de la casa. Pero duró poco porque se escucharon gritos:
– Hay polillas, están comiendo la ropa de la niña!
Y enseguida llegaron bolitas blancas de olor asqueroso y una ráfaga envenenada que apenas logró evitar. Se mudó inmediatamente. Encontró en su vuelo desesperado otro ropero con más comida de la que nunca soñó en su vida. Y cada noche comió un poquito.
No duró demasiado, el ropero fue vaciado y vio la fumigación más de cerca, apenas logró huir. Tendré que encontrar algún lugar hermoso sin gente tan exagerada, pensó Poly. Su vuelo nocturno fue terrible, sapos y murciélagos intentaron comérsela.
Entró huyendo despavorida en un lugar muy amplio y silencioso. Y para su suerte también encontró un amplio guardarropas lleno de trajes, vestidos, chales, sombreros.
– Este sí es mi lugar, dijo Poly feliz.
Pero se encontró con otro montón de polillas que no la recibieron bien.
– Acá todas vivimos en paz, le dijeron, este guardarropas es del teatro. Acá se hace dieta estricta. Se come muy poquito para que no nos descubran. Los actores y actrices no tienen que notar nuestra presencia.
Y así fue. La comida era mínima y siempre había que buscar lo que se usaba poco. Pero Poly más que comer le encantaba ver cuando la sala se llenaba y aplaudían la obra. Soñó con hacerse famosa y recibir aplausos. Cada noche se escapaba y revoloteaba feliz en el escenario. Después se animó y lo hizo entre el público.
– Cuidado Poly, los aplausos matan!, gritaron la noche del estreno las otras polillas.
Pero la sala estaba llena y cada escena era aplaudida más y más. Poly revoloteó por el escenario y no pudo con la tentación y bajó dónde el público de pie, aplaudía sin parar.
Murió sin darse cuenta por unas palmas ruidosas que aplaudían con fuerza y con la ilusión de haberse hecho famosa.