El Aconcagua

Así de impresionante como el océano es el Aconcagua. Es finito y no parece tocar el cielo pero casi. Y yo siempre lo vi de lejos y de arriba cuando algún piloto te lo muestra. Y volando por encima como si fuera la gran cosa no se ve la majestuosidad.

Subimos en excursión y a mí me venían dos historias o mejor dicho, dos Libros a la cabeza: De los Apeninos a Los Andes, la historia del niño que sale de Italia y viene a Argentina buscando a su madre y Viven, la historia verídica de los sobrevivientes uruguayos del avión que llevaba un equipo de rugby desde Chile y cayó en la cordillera.

El laberinto montañoso ya es bello sin escrúpulos pero mirar de tan cerca el Aconcagua es otra vez, como frente al océano , sentirse hormiga de este planeta. Eso hace bien.

Me impresionó saber que cada año mueren muchas o muchos intentando escalarlo. No nos aconsejaron visitar el cementerio donde reposan, supuestamente, los desventurados.

Y mientras disfrutaba de esa inmensidad montañosa, de esa falla geológica, de la cordillera más joven del planeta, veía la inocencia de mis nietos en la nieve y el ciclo de la vida, blanco como ella.

Mis sentidos de vuelta a la infancia y ver el otro pico, el Tupungato, pero de la mano de mis padres. Entonces entiendo porqué insistí en traer mi hija, mis nietos.

El ciclo de la vida, volver al origen, a la infancia perdida, a los padres muertos, mirar con estos ojos intentando recuperar el asombro de entonces.

Volví…