El día del sol que no se fue…

Habíamos contemplado durante meses un Sol de ocaso perfecto de rojo fuego, rojo sangre, rojo de todos los rojos. Y habían predicho sequías extensas y agobiantes. Las provisiones de agua eran ajustadas y los cultivos se fueron secando con celeridad.

Cada familia y cada aldea se provisionaban cómo podían y manteniendo la calma y cooperación pensamos que podríamos con aquella sequedad que amenazaba con quedarse.

Y la vida continuaba a pesar de la sequía angustiante, logramos incluso salvar los animales y algunos cultivos. La camaradería para la higiene y la cocción de alimentos nos hizo ingeniosos y la voluntad de sobrevivir a toda costa nos hizo creer que éramos de verdad, humanos y mejores.

Un atardecer el Sol rojo de meses se detuvo. Quedó colgado en el horizonte como una bola perfecta de fuego exterminador. No sé si fueron minutos, horas, días, porque cuando el caos apocalíptico estalla el tiempo deja de existir.

En pocos segundos los gritos y golpes pusieron a todos contra todos, el terror y el espanto hicieron el resto. Todos querían huir primero.

Todos querían el agua y llevarse alimentos. No hubo mujer ni hombre que no peleara por robarse algo para llevar. Algunos murieron otros, quedaron mal heridos. Los demás se fueron como pudieron. Cuando la aldea quedó vacía y en completo silencio, el Sol reinició su camino y regresó al día siguiente como si nada hubiera ocurrido.

Dicen que la enorme sequía terminó al día siguiente y que nadie logró salvarse, ni encontrarse, ni volverse a ver…