Conocí la lectura y el teatro de la mano de mis padres, pero el teatro así, casero, de gira en gira, de la mano de mi hermana. No saben ustedes lo feliz que puede ser una niña haciendo ruta, tipo circense así de casero,e ir de pueblo en pueblo. Y lo más lindo: ver entre bambalinas, por así llamarlas que a veces eran baños y de aquellos que …casi ni puertas.
Y las madrugadas juntando todo para irse de regreso. Y los paisanos que a veces no entendían…muy gracioso pero en su momento, qué disgusto. Debo de ser una agradecida porque de eso a escuchar ópera en el Colón hay mil pasos y yo, los di siendo niña.
Tendría unos diez años cuando mi hermana de veinte, quiso hacer su debut en el teatro local, pequeño pueblo de provincia argentina. Mi padre, horrorizado, lo prohibió porque sin ser el Colón, todo lo otro era de putas. Pero mi madre logró a duras penas, convencerlo.
Convencer a mi padre fue lo mejor porque mi hermana emprendió una carrera artística y yo, condición especial, tenía que acompañarla.
Era teatro pueblerino, los fines de semana a veces nos íbamos de gira por pueblitos rurales. Los paisanos poco entendían a Lorca pero silbaban como locos ante las actrices, aunque usaran el riguroso luto de Bernarda Alba.
Eso me permitió aprender libretos de memoria, de puro aburrimiento y recorrer zonas rurales alejadas , de la mano de mi hermana y del arte teatrero.
Mi hermana en escena se transformaba y crecía, así la veía yo. Dramática por excelencia no sé si hubiera podido ser cómica. El teatro la llevó a hacer radio teatro y ahí comprendí más aún la esencia de la oralidad.
Me debía este recuerdo después de tantos años de amar el teatro y la oralidad. La vida de nosotras con el arte tendría mal final: mi hermana no pudo seguir porque los rumores le ganaron a la buena voluntad de mamá y en mi caso, me ganó la dictadura y debí callar por años mi secreto arte de narrar.