Era una ciudad común y corriente que estaba creciendo a la vera de un río. Como no paraba de crecer alguien inventó eso de vender de noche y de día y de día y de noche para que las ventas también crecieran.
Y fue tan bueno que crecieron los vendedores y los puestos para no parar de vender.
Hubo tantos que la ciudad se desveló. Los habitantes empezaron a comprar casi todo en la noche y al día siguiente se dormían y llegaban tarde al trabajo e incluso a la escuela.
Los señores gobernantes decidieron correr los horarios y modificar los relojes. La noche ya no era noche, el día no era día. Las cortinas en las ventanas estaban desahuciadas y los gallos mudos. Se gastaba tanta luz por andar comprando en las noches que inventaron un espejo gigante para reflejar la luz de la luna.
Entonces la luna dejó de llegar y el sol anduvo perdido de ocasos en amanecer, despistado y sin huellas.
La ciudad con más ventas del mundo se perdió en los confines de todos sus comercios y ni un solo habitante supo ni qué hacer, ni por dónde regresar…