Laberinto y espejos

Era una de esas tardes de sol inocuo, casi lloviznaba. Había que salir, después de todo estaba de vacaciones y quedarme encerrada no era el plan.

Cada vez que mi médico me envía a vacacionar debo enviarle fotos diarias de mis paseos. Es eso o una acompañante, me dijo un día, debo asegurarme que realmente te sirven las vacaciones y no te pasas todo el día en tu habitación de hotel.

No puedo hacerle trampas porque es el único que logra sacarme de mi profunda letanía depresiva.

Así que salí y me fui al laberinto de espejos que era la atracción de esa temporada. Odio los laberintos porque me producen vértigo, siempre creo que moriré sin salir. Pero amo los espejos. Entré pues mitad rechazo y mitad empatía.

Y fui recorriendo y sacando fotos y chocándome y tal vez hasta sonreí en alguna maniobra torpe. A mi alrededor la risa y los gritos burlaban mi silencio.

No pude verme en ninguna foto. Mi imagen no estaba en ningún espejo. Tal era mi soledad…