Mujer laberinto

Infinitas ideas circulaban por sus neuronas a la velocidad de la Luz. Y cómo a pesar de su esfuerzo y las recomendaciones familiares y médicas no pudo detenerlas, se hicieron profundos laberintos en su cerebro y dejó de entender y dejaron de entenderla.

Pasado un tiempo decidieron que lo mejor era una Institución. Para que la atiendan, también para olvidarla o esconderla, da lo mismo.

Se levantaba al alba y se duchaba con mucha atención, agua fría o caliente, jamás faltaba su ducha y el especial lavado de cabello. Su familia jamás dejó que su único signo de cordura le faltara: su shampoo y su aceite del pelo.

Después salía y se sentaba en el patio con el pelo negro lleno de rulos cayendo perfumado sobre la espalda desnuda. Las enfermeras la obligaban a vestirse cada día. Su mente andaba por ahí o por allá, no hablaba, comía poco y pasaba la tarde fumando sin parar. A la noche con su medicina, caía blandamente en la cama y dormía como una niña exhausta.

La rutina se alteraba apenas los domingos cuando llegaba la madre, el padre, las hermanas y a veces los sobrinos. Los miraba como lejana, como siempre, pero una lágrima tras otra rodaban por su rostro distante. Y la tristeza era reprimida con algún otro fármaco.

De esa manera, cada semana y sobretodo cada domingo, el laberinto se tragaba a la mujer que había sido.