Por justificar el amor se declaró enamorada.
Por sentirse enamorada transgredió varias normas.
Por transgredir las normas fue severamente juzgada.
Por ser juzgada y criticada, renunció a vivir como las demás.
Cuando la conocimos, uno de esos veranos tórridos al lado del océano, tenía un rancho con techo de paja, pequeño, limpio y lleno de artesanías, desde su ventana pequeña se veía un mar azul y salvaje.
Se ganaba la vida con el tarot y las cartas astrales, la numerología, los caracoles y la quiromancia.
Por ese tiempo ya tenia la piel muy curtida por el sol, el pelo blanco y la sonrisa lenta. Se ganaba la vida en los veranos y en invierno, leía novelas y se enamoraba.
En una visita nos tiró un tarot mágico, nos dijo cosas que eran imposibles y nos pareció más una psicóloga maternal que una bruja playera.
Fue tan mística esa visita que la repetimos cada año, terminábamos fumando, tomando mates y hablando de la vida. Vivió a su antojo hasta que durmiendo murió, el año pasado, cincuenta años con el mismo hombre. Sin embargo aseguraba que para alimentar ese amor,tenía que enamorarse cada tanto de otro.
Seguramente cierta su forma de vivir el amor, aunque la llamaban puta, loca, bruja y otras cosas más que nunca nos importaron. Para nosotras, ella era una mujer para envidiar.