Una de las paradojas más increíbles que he visto en estos más de treinta años de dedicarme a escribir para los más pequeños es qué hay escritores que lo hacen sin ellas y ellos presentes.
Cómo se escribe sin los lectores que están lejos de nuestra edad? Cómo se les habla? Cuáles son sus temas cotidianos y a qué le temen? De qué disfrutan?
No se me ocurriría jamás escribir algo para niñas y niños sin leerles de qué trata, sin probar con sus oídos si gusta, sin jugar con el texto y practicar si voy bien o mal…
Creo en el perfecto gusto de los más jóvenes. Creo que son adoctrinados y muy censurados y que por eso, leen pocos libros.
Creo en que deberían ser jurados en los concursos, los verdaderos jueces para calificar y seleccionar sus libros en todo certamen literario que se les dedique.
Pero…ay! los adultos y las éticas, lo sensible que somos para aceptar lo que una vez fue nuestro propio paraíso, la infancia. Cómo nos cuesta adaptarnos, aceptar, mutar, recordar…
Si queremos niñas y niños lectores deberíamos intentar estar más cerca de la niñez de hoy y alejarnos del adulto moralízate y censar que llevamos dentro.