Cuando la vimos bajar a la playa pensamos en otra mujer mayor, solitaria, veraneando con austeridad y sin prisas.
Después, con el correr de los meses la vimos juguetear con las olas de la orilla y pisar la espuma como una niña de seis. Era graciosa y sonreía todo el tiempo.
La seguíamos con la vista cada vez más. No sé porqué no nos acercamos, no intentamos hablarle como a otros turistas. La playa es lugar de amigos transitorios.
Lo que no podíamos hacer era dejar de mirarla jugar metiendo sus pies en la espuma. Era una ilusión óptica o cuando lo hacía su figuraba cambiaba? Le renacía una juventud y una agilidad casi de ave? Era en realidad una turista solitaria?
El día de la tormenta el mar arrojó ventiscas espumosas y espesas por toda la costa. No bajamos pero la vimos desde la ventana. Recorría saltando la espuma, cada vez más danzarines los pies, cada vez más ágil el cuerpo viejo, cada vez más veloz su carrera por la orilla.
Y la espuma la fue cubriendo, el cuerpo se le tapó de blanco, sopló ese viento fuerte de salitre y de pronto, toda la espuma se diseminó. Ya no hubo más espuma ese verano. Y nunca más la vimos…