Tuve una infancia casi errante. Papá recorría la inmensidad argentina y en mis vacaciones, mamá y yo íbamos a pasarlas con él. Cuando regresábamos, mi madre había dejado un jardín en la casa transitoria. Nunca supe como lo hacía. Ella armaba jardines en doce días, de ser necesario.
Dos años antes de partir en su último viaje, mamá hizo el jardín en mi casa. A medida que su energía se debilitaba las plantas estallaban. Le devolvian por dos su esfuerzo. En pocos meses se enredaron, crecieron, explotaron en gajos y flores…En dos años y sin saber cómo ni de dónde mamá me dejó, el mejor de sus jardines.
Cuando regresé de su tumba vi el jazmín tan triste…y en una semana las plantas todas gritaban su ausencia. Llamé vecinas idóneas, jardineros, fumigadores.
Por dos meses me dediqué a intentar no perderlo.
Las plantas simplemente se negaron. Todas fueron muriendo. Cuando el último bulbo apareció sin vida comencé a extrañar realmente a mi madre…hasta hoy.