En el sendero que va a la playa bajaba cada mañana. Daba una corta recorrida y después se sentaba siempre en el mismo lugar, miraba el horizonte marino como estudiando la lejanía con ojos expertos.
Cuando el sol llegaba al cenit regresaba, lo más extraño de ese regreso era que se volvía cada diez metros y mirando el mar, esperaba olfateando el aire.
Cuando lo vimos hacer cada día y cada mes esa especie de ritual, preguntamos a los lugareños: no tenía aspecto de abandonado, de quién era, porqué cada día repetía con precisión la misma rutina.
– Ah, este perro?- nos preguntó- pero hace cuatro años que lo hace! Ahora es de todos, del pueblo, tiene una historia… El dueño lo traía siempre, cada año, iban juntos a pescar… un día el perro se regresó nadando. Llegó casi muerto. El bote y el hombre aparecieron después. Era un hombre mayor, un veterano, le había dado un infarto. El perro intentó salvarlo, tenía marcas en la ropa y en los brazos…Y desde entonces viene a buscarlo, a esperar… no pierde la esperanza… los animales a veces, esperan más que las personas…
Y allá está el perro repitiendo cada día del año su rito sagrado de esperar o querer irse con su dueño…