Aquella tarde que me quedé esperando.
El corazón gritando y la piel erizada.
Aquella tarde de sol y mar…
El pulso angustiado y la garganta seca.
Aquella tarde que supe que no regresarías.
El estómago apretado, los ojos ávidos.
Siempre entendí que la despedida no es un adiós, puede ser un hasta luego.
El oído atento, la mirada en un punto.
Percibía que pasaría el tiempo y que te extrañaría como un perro a su mejor amigo
La sonrisa congelada, por las dudas.
El adiós que no dije y el tiempo, detenido.
Y me salieron canas, arrugas, desordenadas ideas, algunas lágrimas.
Seguí esperando lo que no se debe, lo que no se espera.
Vuelvo cada vez que puedo, agito el agua con mi suspiro.
Observo el paisaje como si fuera nuevo.
Observo el horizonte sin reconocerlo.
Ya no sé si te espero o vengo a recordarte y tenerte justo acá, conmigo.