En el laberinto

– Te vas a animar a entrar?, mi hermana mayor y sus amigas burlándose en la puerta del indeseable laberinto de espejos.

Mi orgullo pudo más que mi negación y entré.

Odio los laberintos, soy un laberinto viviente que nunca se ha encontrado; odio los espejos, paranoia reafirmada por cierto autor argentino. Pues pudieron más las miradas de esas niñas insolentes.

Pensé en caminar con los ojos cerrados e ir girando a medida que mis manos marcaban las supuestas salidas; una algarabía insultante de alegres seres laberínticos me rodeaba. Y en sus corridas alegres alguno me chocó y ya fue imposible fingir ceguera.

En el primer espejo que me vi los abuelos estaban conmigo en brazos. Apreté los ojos pero no pude…quise verme con mi primera maestra, luego ver a papá bailando el vals conmigo, mi profe de literatura y…

Y pude ver todo. Por eso me quedé. Ahora tengo esta maravillosa condición de mostrarles a los otros, sus recuerdos.

A veces me detengo en sus maldades y les observo la culpa necia o la indiferencia cruel. Ser reflejo de otras y otros en una dulce venganza…los que temen, los que ríen nerviosos, los desengañados, los incrédulos, los culpables, tantas y tantos, están del otro lado…

De qué lado estoy yo?