Gertrudis en el espejo

Gertrudis nos dio indicaciones precisas de que a su muerte los espejos de su casa debían de cubrirse de negro por una semana. Nos dió un poco de risa y un poco de pena.

El día de su muerte nos ocupamos de todo. Sepelio, flores, esperar los parientes lejanos y organizar en el atardecer una comida decente en su casona, para despedir su memoria.

Salió todo bastante bien, la tía abuela Gertrudis había vivido muchos años, nunca había sido la más solicitada ni la más envidiada, era una despedida tranquila.

A las 8 y 30 servimos unas empanadas y el viejo reloj de la sala que llevaba más de diez años de silencio, empezó a sonar. Nos miramos y recordamos, al lado estaba el espejo oval, y ni ese ni ningún otro habían sido tapados como lo pidiera la muerta.

Cuando el reloj paró de sonar, cuando todas estábamos oyendo, cuando todo fue silencio, Gertrudis apareció en los espejos y nos dijo: » les avisé que taparan los espejos «.

Mamá huyó a la Iglesia, la abuela y la tía se alejaron rezando, los hombres se fueron por el patio haciendo como que iban riendo, nosotras ante la estampida general, a duras penas nos quedamos e intentamos cerrar la puerta que se negó a toda llave.

En un cónclave secreto nadie más nombró el hecho ni fue a lo de la difunta. Pasaron los días, los vientos, las lluvias.

En la primera luna de un verano caluroso nos fuimos a ver la casa. No había nada, ni el rastro, ni la sombras de las ruinas, salvo claro, el espejo oval tirado sobre el resto de escombros…