La abuela aprendió los números para que no la estafaran con el dinero y para jugar cartas. Qué bien lo hacía, tenía una picardía varonil.
Se sentaba a jugar entre hermanos, cuñados, yernos, nunca con mujeres, a veces intentaban ganarle pero les costaba y eso era muy divertido.
La abuela los desafiaba con todo: vino, cigarros y el mazo de barajas. Ni por un instante asomaba su femineidad y los insultaba si descubría una trampa. La respetaban.
Matriarca hasta en el juego de entre casa…