Trenes
Largo, sinuoso, eterno,
marchaba más de mil quilómetros
el tren que nos llevaba a los brazos
poderosos de mi padre.
En la ventanilla se descolgaba un
paisaje de picos, cumbres nevadas,
majestuosidades naturales que
podían justificar cualquier demora.
Yo me aburría y no podía más que
fastidiar a mi madre.
Ella contaba historias, inventaba juegos,
me permitía ir y venir molestando con
mi cháchara infantil a otros pasajeros.
Cuando ya mi impaciencia la colmaba
me llevaba al salón comedor
dónde esperar manjares, me entretenía
un par de horas.
Así recorríamos el largo mapa,
llegaría exhausta del tren y de su hija,
pero en la estación, brillaban los ojos de mi padre, su abrazo reparador y protector.
Mi madre recuperaba el humor.
Cuando se quedaban a solas los veía
besarse como novios y
no sabía, no entendía, que trenes y
vida, camino de amor, eran su mejor
herencia para mí.