A un costado

A un costado del camino encontramos las casas abandonadas. Estaban las tres, eran esas que recordábamos, sin dudas.

Techos volados, árboles creciendo audaces en muros semidestruidos, raíces de yuyos trepándose por donde estuvieron los ricos rituales de la comida. Tierra y escombro en las penumbras íntimas del dormitorio y una pequeña parte del cuartro de baño que resiste, vaya a saber porqué. Recorremos las ruinas, no creemos en el olvido, algo habrá, algo aunque sea una pequeña huella.

Estuvimos hasta que cayó la tarde, nos fuimos de regreso con pequeños trozos de infancia que solo nosotros entendemos.

La herencia

Ruinas, desvastación, vandalismo, robo y abandono, así encontró la gran Casona que era su herencia. Esas ruinas fueron el motivo de su vida. Por ellas vivió y asesinó, fue a la cárcel y pagó mucho dinero, mintió muchísimo portándose bien, jurando arrepentimiento y haciendo de fregona en la prisión para salir diez años antes.

Se paró justo enfrente de la Casona y por primera vez en sus sesenta años deseó llorar a gritos sin fingir.

Lloró mintiendo cuando enterró al marido envenenado y cuando enterró su hijo, también envenenado. Lloró mintiendo cuando regresó a la gran Casona de sus padres ya viejos. Lloró mintiendo cuando enterró a su padre envenenado y también a su madre, unos meses antes que la policía comenzara a sospechar.

La gran Casona de dos plantas y la cuenta bancaria quedaron a la deriva cuando las investigaciones dieron con su nombre y apellido como una de las primeras asesinas seriales del lugar.

Gastó muchísimo dinero en pagar abogados y para tener lo indispensable en la prisión. Hizo hasta lo indecible por portarse como arrepentida y salir antes.

No sabía que la casa ya era sólo ruinas. Un juego de huecos, ladrillos y raíces desnudas al viento.

El pueblo se fue cobrando su rencor. La saquearon, la incendiaron y vandalizaron. Ruinas, sólo eso quedaba.

Juntó sus últimas fuerzas para intentar recuperar lo que no podía y al año se murió sola en el hospital. » Muerte sospechosa», dijeron todos y alguien recordó ese refrán que

» el que ha hierro mata..»