Ruinas, desvastación, vandalismo, robo y abandono, así encontró la gran Casona que era su herencia. Esas ruinas fueron el motivo de su vida. Por ellas vivió y asesinó, fue a la cárcel y pagó mucho dinero, mintió muchísimo portándose bien, jurando arrepentimiento y haciendo de fregona en la prisión para salir diez años antes.
Se paró justo enfrente de la Casona y por primera vez en sus sesenta años deseó llorar a gritos sin fingir.
Lloró mintiendo cuando enterró al marido envenenado y cuando enterró su hijo, también envenenado. Lloró mintiendo cuando regresó a la gran Casona de sus padres ya viejos. Lloró mintiendo cuando enterró a su padre envenenado y también a su madre, unos meses antes que la policía comenzara a sospechar.
La gran Casona de dos plantas y la cuenta bancaria quedaron a la deriva cuando las investigaciones dieron con su nombre y apellido como una de las primeras asesinas seriales del lugar.
Gastó muchísimo dinero en pagar abogados y para tener lo indispensable en la prisión. Hizo hasta lo indecible por portarse como arrepentida y salir antes.
No sabía que la casa ya era sólo ruinas. Un juego de huecos, ladrillos y raíces desnudas al viento.
El pueblo se fue cobrando su rencor. La saquearon, la incendiaron y vandalizaron. Ruinas, sólo eso quedaba.
Juntó sus últimas fuerzas para intentar recuperar lo que no podía y al año se murió sola en el hospital. » Muerte sospechosa», dijeron todos y alguien recordó ese refrán que
» el que ha hierro mata..»