Finalmente estaba en la puerta de la Escuela otra vez. Decidida y con alegría comenzaba mi segundo año escolar.
El paisaje iba cambiando despacio de color. Mi gata tuvo tres gatitos hermosos y por suerte, conseguimos dueños.
En La Esmeralda había menos movimiento pero como decía mi padre: queda mucho por hacer. Y mamá terminaba las últimas conservas caseras y mi hermana enviaba cartas para encontrar a la nieta del abuelo Tomás. ( Cómo se escribirá Tomás en yugoeslavo?)
Mi hermana además, en tanto baile hizo amigas y amigos. A la Esmeralda iban sus amigas, creo que no la dejaban llevar a los amigos. Mi hermana quería estar sola con sus amigas pero yo quería estar: ver cómo ensayaban peinados y se intercambiaban ropas y zapatos. Y cómo se pintaban!
Un sábado mi hermana me invitó a ir al pueblo caminando, acepté encantada, sin ni siquiera pensar qué tan lejos quedaba.
Hace un par de meses cuando me rencontré con el lugar me di cuenta que yo a los seis años era una gran caminadora. Seguro han cambiado los caminos, no había carretera, pero es lejos el centro de Cinco Saltos. Y fuimos varias veces. Era la única forma que tenía mi hermana de charlar con algún amigo varón. Mientras recorrían la avenida principal, la General Roca, yo iba comiendo helado o caramelos. Era el trato.
También llevábamos cartas y cartas al correo. Todas escritas por mi hermana que buscaba a la nieta del abuelo Tomás.
Una tarde mientras corría con la boca llena de caramelos la vi abrazarse y besar a un joven. Nunca le dije nada. No hizo falta: tenía un novio y en casa no había que contarlo. Tener una hermana diez años mayor y con novio era muy lindo, tener su secreto de amor, mirar su cara llena de alegría y los ojos arrebolados de ilusión. Sí, era lindo y me encantaba guardar el secreto.
Era otoño y mi cumpleaños que vino y se fue sin demasiado entusiasmo. Salvo por la colección de libros que me regalaron: lloré de la emoción abrazándolos. Crecía mi pequeña biblioteca en el segundo piso y yo podía leer bastante y bien, sin ayuda.
También me regalaron un conejito gris al que llamé Pony, ante la risa de mis padres que inútilmente me explicaron qué era un Pony.
Al lado del gallinero había una gran conejera de madera que arregló el abuelo Tomás y ahí fue mi conejito. Lo alimentaba apenas me levantaba y al llegar de la Escuela. Era tan manso que yo solía pasar ratos con él en mis brazos. Incluso lo llevaba de paseo por la Chacra contándole dónde estaba cada cosa.
Los sábados lo llevaba a mi cuarto de juguetes, mientras Pony correteaba por todos lados, mi gata lo observaba con desconfianza. Yo les leía en voz alta pero ninguno mostraba interés.
Al fin me prohibieron llevar el conejo a la casa porque ensuciaba mucho. Y tuve que regresar a la rutina de visitarlo cada día en su conejera. Fue creciendo gordo, hermoso, con un gris de terciopelo en su pelaje que contrastaba con sus ojos rojos.
Y fue en Mayo que mi hermana anunció triunfante: Encontré a la nieta del abuelo, se llama Clarita y está cerca: en Bahía Blanca.
El pobre hombre no se lo podía creer, pero sí era su sobrina y antes de salir corriendo a buscarla, papá le avisó que ya le habían enviado dinero para que viniera a quedarse un tiempo con él. Pobre abuelo! Qué emoción tenía! Qué felicidad escondía detrás de su mirada azul piedra.
Y por unos días la novedad fue: llega la nieta del abuelo Tomás.