Siempre digo que no hay como probar algo que nunca se había probado. Malo o bueno. Creo que mi historia con Cinco Saltos y La Esmeralda tiene que ver con eso, a partir de esos recuerdos “ primerizos” elaboré el resto.
El resto de mi historia personal tiene que ver con descubrir primeras veces en ese pueblo del Sur Argentino. Y sin dudas de ahí viene ese deseo que tenia de regresar, el temor a no encontrar nada. Si todo hubiera cambiado tanto en 60 años, algo lógico, mi pasada niñez feliz, con una familia también feliz, se hubiera perdido sólo en mis recuerdos veraces o no.
Pero resultó que pude volver y encontrar vestigios, partes casi intactas de esos recuerdos y como magia, aparecieron todos estos relatos. Se fueron organizando como en una película y la necesidad de dejarlos escritos, nació imperante.
A fines de febrero se iba terminando la cosecha, llegó el carnaval, se aproximaba el inicio de clases.
En mi casa, en La Esmeralda, el enjambre de trabajo daba sus últimos agitados días y dentro de las paredes de la casona, todo eran aprontes para “ los bailes de carnaval “. A mí el fastidio me iba ganando, los bailes eran de noche, a mí me aburrían, además no entendía que tenía de lindo eso de “ carnaval”.
– Te vamos a poner un disfraz para que te diviertas. Dijo mi madre para quitarme el mal humor.
– Querés disfrazarte de gitana?- preguntó mi hermana.
Habíamos visto unas gitanas en el pueblo, tenían polleras de colores vivos, collares y blusas, pulseras. Sí, era lindo ser una gitana. Y allá fueron madre y hermana a elaborar mi traje.
Llegó el primer baile de carnaval y marché feliz disfrazada de gitana. Mi padre había reservado una mesa sobre la pista y cerca de la orquesta. Nos instalamos, pedimos algo para tomar y mi hermana enseguida salió a bailar. Al poco rato salieron mis padres, mi hermano, como siempre se fue a errar por los alrededores y yo también.
Para mí sorpresa e humillación: nadie entendió mi disfraz. De qué “ te disfrazaron “? Me preguntaban. Fueron minutos u horas. Desilusión, vergüenza, humillación… cómo que no se me notaba que era una gitana?
Un desastre mi disfraz! Me fui a sentar ofuscada y tomé mi refresco con rencor. Al poco rato dieron las doce de la noche y todos los bailarines sacaron serpentinas y unos pomos de vidrio que parecían sifones en miniatura y se mojaban con perfume. Lanza perfumes se llamaban. Con eso mi enojo cedió un poco. Pude jugar un poco con serpentinas y hasta se animaron a darme un lanza perfumes. Me dieron mil recomendaciones: sobre todo que no tirara en los ojos porque ardía.
Les cuento que salí a buscar a todas las niñas y niños que se habían reído de mi disfraz? No, supongo que ustedes lo imaginaron porque así fue. Y por supuesto que intentaba darle en los ojos, por suerte nunca tuve buena puntería.
Así la noche se acortó un poco y para cuando junté varias sillas para acostarme y dormir el baile estaba en pleno jolgorio, cerca del final.
Me desperté en mi cama e inmediatamente fui a la cocina a quejarme de mi disfraz.
No voy a aburrirlos con todas las transformaciones que sufrió aquel vestido: dama antigua, hada madrina, princesa… Ninguno resultó efectivo y sufrí de lo que ahora llaman “ bullyng “ en los cinco bailes.
Para mi suerte pronto empezarían las clases y mi frustración con mis disfraces fue olvidada como todas las cosas que se pierden en una memoria de seis años.
El Club Social de Cinco Saltos ya no tiene aquella inmensa pista de baile. Ahora una cancha de basquetbol ocupa el lugar donde me aburría en los bailes, mi hermano erraba sin sentido y mi hermana y padres bailaban casi sin parar.
Sin embargo, logré reconocerlo. Logré recordar la gran pareja de bailarines que fueron mis padres y la incansable bailarina que fue mi hermana. Recordé los “ lanza perfumes”, también lo qué pasó a ser mi fobia por los disfraces.
También me enteré que la cancha de fútbol donde mi padre nos llevaba los Domingo de tarde, cambió su lugar. Sí, todo ha cambiado pero, por suerte quedan paredes y estructuras que me permiten recordar y compartir mis vivencias.