– Haceme el favor de dejar de joder con esa porquería asquerosa.
Así comenzaban mis vacaciones. Mi madre indignada por un zapato lleno de mejillones, algas, piedritas y cascaritas que, adheridas a él lo transformaban en algo mágico. Y no sé las vueltas que dí para poder quedármelo. Lo escondí en un hueco que tenía la casa que alquilamos ese año.
Mamá solía ponerse de muy mal humor si las vacaciones no resultaban a su medida y ese año, íbamos mal. Un frío terrible en la playa, unos precios de locos en los lugares donde le gustaba almorzar y para colmos, mi padre se fue con su nueva novia y ni pasó a saludarnos. Y mis primos que no llegaban y yo que no tenía con quién compartir mi zapato mágico.
Al final de la quincena ya casi no lo recordaba cuando una tormenta insoportable nos detuvo encerradas. No había otra cosa que hacer, solo jugar a las cartas. Yo ganaba y mamá se enfurruñaba, le hacía prometer cumplir mis prendas y ella aceptaba.
Al final de la partida mi madre se había terminado el vino, le dije que ya traía mi sorpresa y aparecí con el zapato.
– Mamá, dije solemne, tu prenda es meter la mano en el zapato.
Con cara de asco mamá metió la mano y cuando la retiró traía entre los dedos una medallita con nombre y fecha. Saltamos como si hubiéramos sacado la lotería. Es que yo supuse o adiviné lo que al final sucedió? Mi madre se puso a escribir un cuento o una novela, no sé. Se trajo un montón de libros y se olvidó de todo. Solo escribía y escribía. El zapato ahí, como un florero.
Se extendieron las vacaciones y pude esperar a mis primos. El clima mejoró y papá no sé…él nunca se enteró.