El tío favorito. Único hermano varón entre siete hermanas. El favorito de la madre o sea, tu abuela. Y como si eso no alcanzara, tu padrino. Vínculo sagrado.
Y de verdad que era divertido y solía cargar diez sobrinos y llevarlos a la chacra y matizar la tarde con cuentos graciosos. Y de verdad que siempre lo esperaban de sus viajes con aquella emoción que se espera a las personas especiales de la familia. Tu padre u otro cuñado siempre organizaban algo cuando tu padrino aparecía en la casa materna.
Y los días que se quedaba parecían días exclusivos porque siempre había actividades a su alrededor. Era un hombre grande, alto, rubio, elegante y tenía infinitas novias. Maestro de profesión pero trabajó en mil cosas diferentes. El mapa le quedaba chico y los puestos de trabajo, también.
Esa siesta llegó agotado y te pidió que lo acompañaras a dormir un rato. Nadie dijo que no, ni tú abuela, ni tu madre, ni tus tías. Y te fuiste a dormir la siesta con el padrino.
Te abrazó cariñoso y empezó a acariciarte, cuando llegó a tus zonas íntimas te preguntó si tu papá también te acariciaba así. Negaste fuerte con la cabeza porque voz, no tenias.
Te besó y acarició y lamió por todos lados, tus ocho años desvelados no paraban de asombrarse. Sentías un montón de cosas: eso no estaba bien, no era normal pero era rico. Te hizo acariciar su miembro que por suerte, no estaba erecto, eso te habría confundido peor y tal vez hasta asustado. Cuando se cansó se durmió y te hizo jurar que no le dirías a nadie.
Y así lo hiciste. Jamás lo contaste y por años todo fue lo mismo hasta que un día sentiste que él te daba asco. Nunca pasó más nada y un día de repente, su abrazo te dio asco y comenzaste a alejarte.
Quizá lo más ilógico sucio y terrible fue descubrir cuando ya eras una adolescente universitaria que habías sido sometida a una vejación. Que el asco instintivo fue una lógica consecuencia de lo que tu subconsciente sabía. Darte cuenta que tu padrino era un pedófilo que no llegó a la violación pero humilló tu infancia con juegos sexuales propios de un degenerado.
Y no lo contaste, no le dijiste a nadie y eso te duele hasta hoy. Pero cuándo lo pensas siempre, siempre, terminas sonriendo y preguntándote en vos alta: quién carajos me iba a creer?