La casa del Río

La casa del Río, enorme e imponente, alejada de casi todos los caminos posibles, nos recibió esa mañana con un día magnífico y un revuelo de pájaros que, a decir verdad, hallé rarísimo.

Pero era un día que comenzaba y con él la huida y el exilio, los pájaros que iban y venían y parecían exitados, eran nuestro menor problema.

– Vayan a la casa del Río, nos dijeron, se aguantan ahí hasta que los podamos sacar con lancha y de noche.

La casa del Río parecía el lugar menos adecuado para cuatro estudiantes universitarios requeridos por “ conspirar contra el gobierno”. Llevamos lo mínimo indispensable porque nos dejaron bastante lejos y tuvimos que caminar unos 15 kilómetros.

Cuando llegamos a vislumbrar la casa, consultamos varias veces el mapa, nos parecía imposible. Era realmente hermosa y señorial, nosotros apenas esperábamos un rancho de pescadores.

Y allí en los escalones y debajo de la maceta encontramos la llave, entramos sin hacer ruido, como si alguien pudiera oírnos. Nos costó acostumbrar los oídos al eco. La casa estaba casi vacía hasta de muebles, apenas unas camas, un catre viejo y una cocina inmensa que era lo único amueblado y lleno de utensilios. Víveres muy pocos.

Durante un día entero la recorrimos y oscultamos, la olimos, imaginando quienes, cuándo y cómo la habitarían sus dueños que habían muerto años atrás.

Al segundo día la casa nos pareció maravillosa porque el flaco Atilio pescó bagres a granel que comimos hasta hartarnos junto a una especie de pan casero que hicimos con una harina con gorgojos que encontramos en la despensa. La casa del Río nos cobijó y alegró el principio del exilio con sueños y fantasías que nada tenían que ver con la realidad que nos esperaba.

Poco a poco nos acostumbramos, perdimos el miedo, conseguimos víveres a través de un pescador y la casa, ya nos parecía nuestra. Tejimos sueños comunitarios y locuras ideológicas de todo tipo.

Por eso la noche que llegó la lancha no queríamos salir y nos demoramos más de lo debido. Por eso no nos dimos cuenta que la lancha era de prefectura militar y salimos sonriendo, despidiéndonos de la casa del Río, sin notar que jamás volveríamos a verla.

Esa noche los pájaros también volaron en forma alocada pero ni siquiera lo notamos.

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