Vivía en una casita pequeña y bonita alejada del pueblo con su perro y nadie más. Subía al pueblo sólo por víveres y conversaba un poco con los vecinos.
– Ni vi ni veré jamás un fantasma – repetía hasta el cansancio cuando surgían inevitables las preguntas.
De noche salía sola a recorrer los senderos que rodeaban su casita, el perro tras ella, con el lomo erizado y gruñendo. Cuando lanzaba el primer aullido ella buscaba entre las sombras y veía el claro contorno de la figura masculina.
El perro se alejaba y ellos caminaban juntos. Una hora, dos, a veces toda la noche. Hasta que sin hablar él la abrazó y la besó. Ella no sabía responder porque no se puede abrazar ni besar un fantasma pero él, podía leer su intención.
Después comenzaron a compartir la cama y los sueños,afuera el perro aullaba como un lobo.
Y para cuando el pueblo se enteró y la tildaron de bruja, para cuando el pueblo se fue de noche a su casita para saber la verdad de este cuento, sólo hallaron al perro gimiendo lastimero y ningún rastro de fantasma… tampoco volvieron a ver a la mujer.