Todos los días llegaba a su casa y tiraba los zapatos, se quitaba la chaqueta e indolente se tiraba sobre el sofá. Al poco rato estiraba la mano y encendía la lámpara. Poco a poco la luz amarillenta iba dando sombras como un carro da tumbos.
Mucho rato después de abstraerse contemplando su pequeño espacio bajo el efecto de la luz de la lámpara, se movía hacia el baño, la cocina y luego otra vez, se tiraba sobre el sofá y miraba la lámpara… su efecto en ella era mágico.
Y así se le sucedían los días, sin cambios aparentes y con una fuerte inclinación a quedarse cada día un poco más embelesada con la luz de su lámpara. Y no era gran cosa, era una lámpara común y corriente, una pantalla mediana, un pie recto que simulaba bronce. Pero las pupilas de ella cuando la encendía se dilataban y cada objeto, cobraba otra sensación.
Se animaban, cobran vida, la alfombra vieja, el adorno de porcelana, el espejo, los libros y los discos… ah!!!! esos eran los mejores. Cuando encendía la lámpara y miraba fijamente un libro podía recordar su historia, el libro se la contaba. Con los viejos discos igual, era suficiente con mirar uno de ellos y las melodías llenaban sus oídos.
La mujer tenía un sólo momento de felicidad al día, pues era obvio que volvía agotada de la calle, y ese momento era cuando tirada en el sofá encendía la lámpara y alucinaba sin necesidad de nada, sólo de su luz.
Amaba por eso el invierno porque la luz natural se iba antes y tenía más tiempo para su delirio.
Después de unos meses, en ese crudo invierno, ella comenzó a dormirse bajo la luz de la lámpara. Ya no fue más a la habitación, ya no apagó más su luz en toda la noche. En sus sueños veía su vida como una lámpara, parada, erguida y derramando luz cálida sobre objetos, personas…
Cuando dejó de salir de su casa llamó casi enseguida la atención. El teléfono se agotó de sonar y el timbre de la puerta, igual.
Fue como a los diez días que entraron para saber qué sucedía y no encontraron nada y el misterio se planteó como tal. La ropa, los documentos y las pertenencias todas de la mujer estaban en su lugar. Y la tranca puesta del lado de adentro.
La policía comenzó a buscarla de verdad, la familia agotó recursos en su búsqueda y al cabo de dos años, no habían logrado nada.
Fue cuando vaciaron su pequeño apartamento que vieron que la lámpara no se apagaba y su pie de bronce era sin dudas, la forma del cuerpo de una mujer. Una particularidad que dejaron pasar pues no le encontraron explicación.
Ahí la dejaron y ahí se quedó, feliz, esperando alumbrar a los nuevos inquilinos…