La mirada, las miradas, mil miradas…

La mirada del joven atravesó la calle y se posó en la figura femenina que subía la escalera de la casa de su amigo. Le gustó lo que vió. Por esas cosas del destino, en el cual no creía , esa imagen perduraría años en su cabeza.

Unos minutos más tarde cruzará la calle subirá la misma escalera y la figura femenina le tenderá la mano cuando sea presentada, formalmente, como la reciente esposa de otro amigo. En un instante brevísimo toma la mano con las dos suyas, un gesto de bienvenida, ella ni notará el detalle.

Pasarán luego días, meses y un par de años. Hablará con ella en varias ocasiones, asistirán a cenas o almuerzos de camaradería y él, insistirá en recordar siempre que es la mujer de un amigo. Intentará observar poco y hablar menos.

En una sola oportunidad ella sintió que la mirada de él tenía un algo, no supo definir el qué pero se puso nerviosa y él, veintitrés años después recién se enteraría de esos nervios que provocó sin querer.

Se marchó en plena dictadura y durante casi veintidós años no supieron uno del otro. El mapa metió incalculables kilómetros entre ambos. En el primer mundo no tenía tiempo a pensar: era otra vida. Incluso tuvo su familia y no fue lo mejor que le pasó.

De este lado del mapa ella cada tanto visitaba sus padres y veía fotos de él, por cortesía, sonreía o hacía un comentario de rutina.

Y fue cuando ella enviudó que mirando una foto, en casa de sus padres, pensó y dijo osadamente:

“ así que se divorció… y ahora yo estoy viuda… debería de escribirle…no está nada mal tu hijo…” después se rió de su frase casi adolescente.

Sin pensarlo lo dijo pero los padres ilusionados al otro día le dieron la dirección de correo electrónico. Y le escribió y se escribieron. Casi veintidós años habían pasado y él recordaba la figura de aquella joven subiendo la escalera.

Los correos amistosos fueron seguidos de chats y noches en vela donde las miradas atravesaban los kilómetros de distancia. Ambos se miraban con cada palabra y se conocían en esa inmensa distancia.

De pronto él se lo dijo: lo mío no es chiste, lo mío es en serio, para siempre. Y a ella se le dió vuelta el mundo. Había cuidado dieciséis años un hombre enfermo y se había prometido libertad total. Se alejó de la computadora temerosa…

Pero pudo más la seducción y el recuerdo, volvieron a trasnocharse en chats llenos de guiños y complicidad, un poco de romance ideal y erotismo enamorado. Tres meses duró.

El muchacho que miró la figura femenina a través de la calle, atravesó el continente y se abrazaron en el aeropuerto como si fueran colegiales. Tenían cuarenta y seis años los dos y en ese momento se quitaron veinte de encima.

El amor los devoró más allá de lo narrado en correos o sugerido por chat. En una de las tantas madrugadas que el sexo los agotaba y desvelaba, él se lo contó:

“ A mí el divorcio me dejó mal y en la calle, me fui a vivir con una amiga… estuvimos un tiempo juntos. Y yo le decía: sueño cada noche con una mujer, está en una Casa Blanca cerca de un río y creo que me llama, que me enamoro de ella… te soñé por meses y cuando llegó tu primer correo supe… te recordé… eras vos…”

Y son ateos, y no creen en reencarnaciones pero sienten que se conocen, que no solos sus cuerpos se amalgaman sino sus espíritus y se dan al amor y se olvidan del mundo…

De tanto en tanto recuerdan el episodio del aeropuerto, leen los viejos correos, recuerdan chistes del chat o noches de amor sobre un mar iluminado por la luna…

Hoy se miran a cada instante y viven aún profundamente enamorados… aunque usted no lo crea, algunas parejas sí, lo logran.

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