No despertamos aquel día, ni acá, ni allá en el otro hemisferio. Morimos todas: las madres, las abuelas, las hijas, las pequeñas, las medianas, las profesionales, las prostitutas, las graves, las moribundas, las atletas, las modelos, las gordas, las anoréxicas, las pobres, las ricas… se entiende? No quedó una sola mujer sobre el planeta.
Hartas de miles de años de postergaciones y luchas, hartas de malos tratos, de qué nos usen, de qué nos violen, nos peguen, nos maten y nos desvaloricen, en un cónclave secretos esa noche, nos morimos todas.
Y finalmente el mundo fue todo todito de los hombres. Todos alterados por ser machos alfa de su manada pero… sin hembras para montar. Muchos lloraron, muchos se arrepintieron y otros se acusaban hasta sin razón. Muchos otros empezaron a organizar el mundo sin nosotras y los hubo que decidieron morir por la misma causa.
En otro pasadizo del tiempo y del espacio nosotras, más allá de lo que llaman muerte, reunidas en un aquelarre infinito, especulábamos y cuestionábamos la decisión de vivir en esa dimensión pero sin miedo… libres y soberanas.
Y nos quedamos ahí. Y de tantos Apocalipsis imaginados en libros y películas los hombres tuvieron que ver y padecer y morir en el verdadero: un mundo sin mujeres.