Fiestas

Arrancaban casi siempre con la muerte del animalito: cerdo, vaquillona o varios pollos. Debí ser vegetariana y juro que lo intenté. En realidad en la matanza comenzaba la fiesta. Eran manos y manos que cortaban, picaban, envolvían, cocinaban.

La fiesta jamás era en un salón alquilado, me pregunto ahora si existían, porque las casas eran grandes y tenían patios, fondos arbolados o ambas cosas. La casa de la Gran Matriarca, la abuela, era casi siempre la escogida. Y ahí iba todo el mundo a trabajar antes y después.

Los niños de entonces éramos fáciles de entretener: había que ayudar un poco pues de eso, no te salvabas. Luego comenzaban las corridas y los juegos, a veces ocurrían accidentes, tirabas un postre o una salsera, o una ensaladera. Había gritos, retos, penitencia.

La fiesta era una gran comilona, siempre, grande era grande y no como ahora. Todo era en demasía. Todo era casero y había una especie de competencia. Fuimos una familia enorme con muchas fiestas.

Al final surgían los artistas, algunos se disfrazaban, hombres que aparecían con trajes femeninos, o al revés. Improvisaban pequeños espectáculos. Lloraban de risa los adultos y los niños, no sé si entendíamos todo, también nos reíamos.

Las tortas de casamientos o cumpleaños jamás fueron esas obras de arte que se usan hoy. Tenían eso sí, descomunales proporciones. Todo era abundante. Todo era exagerado.

Al final, siempre al final, llegaba el canto. La guitarra del tío abuelo y entonces se desgranaba folclore y tango. La voz de barítono de mi viejo, o las aflautadas voces de mis tías. La fiesta se iba cerrando.

Viste? por eso cuando me invitas, no sé si ir o no….todo ese cotillón, esa música estridente, ese no hablar con el otro, ese festejo artificioso…

Y termino yendo y no entiendo… hago un esfuerzo por integrarme y me sale bastante bien. Logro a veces hablar un poco y me siento menos vieja, menos empobrecida pero no logro sentir que estoy en una fiesta. Más bien me siento presa en un cotillón entre bandejas de cartón y vino etiquetado, presa de una música más fuerte que cualquier voz amiga, presa de un lujo que no tuve ni quiero, de exquisiteces que no son de mi paladar, formalismos escudando los mismos chismes de antes y me falta, la cantarola alegre y despiadada que tanto me hacía reír…

La vulgar fiesta casera con muerte sangre y hechura… muy rudimentaria y cruel, muy informal y amateur, me falta… eso… la brutal sencillez de antaño con olor a pan casero.