Quiero escribir sobre el tema prostitución y sé poco del tema. No puedo escribir un ensayo, ni siquiera debería pretender una reflexión seria desde lo psicológico o social. Pero me ha tocado el tema desde algunas aristas cercanas, casi como a todas y todos, quiero intentar hablar del tema.
Lector/a: estás sobre aviso, es mera reflexión personal y subjetiva.
Creo que en mi infancia y adolescencia fui bastante ingenua al respecto prostitución, prostíbulos y similares. O no le presté atención o pasaron por mi lado sin que yo alcanzara a intuir de qué trataba.
Recuerdo mi hermano con esquizofrenia y papá susurrándole a mi madre que quizás una puta podría aliviarlo (?). Después en la adolescencia cómo iba a colegio de monja, veía pocos chicos en secundaria, cuando los veía me consta que sólo hablaban del tema. Habían “ debutado”, los había llevado el padre, el tío o un hermano mayor. Se usaba aún en los 70 ese debut de hombría con la o las putas del pueblo. Reconozco que jamás me quedé a escuchar esas confesiones.
Después empecé a leer política, filosofía, psicología y sociología, me empezó a brotar una postura feminista y de izquierda. Aún así reconozco que le di poca importancia al tema.
Y sucedió que tuve que emigrar a Uruguay y de una u otra forma me acerco a ese mundo desconocido. No quiero ahondar en detalles biográficos, no son importantes, digamos que mi marido tenía un hotel de alta rotatividad, como dicen en argentina. Y en esa década era casi exclusivo su uso para “ las chicas de la calle” como las llamaba él. Los prostíbulos, parece, habían quedado para clases más bajas y la clase media alta usaba estos hoteles. Las mujeres trabajaban en las calles o en algún boliche donde vendían copas y cobraban comisión, salían con el hombre sólo si querían (?).
Después sucedió la vida: muchas veces tuve que hacerme cargo de ese hotel porque mi marido enfermó de gravedad y yo también, viví años del producto de la prostitución. “ Pero no en forma directa”, me decían, “ en cierta formas las protegen”, ahí adentro no pueden golpearlas. Todo eso cuando yo confesaba la mea culpa de vivir del producto de la venta del cuerpo de una mujer. “ Van a ser putas lo mismo” dijeron también como si eso realmente me eximiera.
Pasaron los años y confieso que en aquel devenir de marido enfermo y tres hijos para criar me preocupé poco del tema. Sin dudas muchas parejas de novios o de infieles a sus matrimonios, alquilaron habitaciones. Pero sin dudas las clientas que más dinero dejaron fueron las prostitutas. Hubo después hombres también, homosexuales que vendían el sexo como producto. Y yo mirando solo el libro Caja.
Ahora, lejos, hago mea culpa y no soy católica ni siquiera creyente. Lo alquilé, lo vendí casi regalado y prefiero que otro u otra lo hagan. Porque no puedo estar de acuerdo con la prostitución como negocio. Porque no es coherente a mi filosofía de vida. Porque detrás de cada mujer u hombre que cambia sexo por dinero hay historias de abuso, de lucro, de humillación y de falta de derechos.
La historia, la mía, me llevó a hablar con muchas de ellas en privación de libertad. Presas por prostitución y consumo de drogas, prostitución y robo, prostitución y venta de drogas. Y supe que nunca más debería de aceptar un sólo peso de ese negocio por más indirecta que fuera mi acción.
Sé que he perdido muchísimo dinero en este delirio de ser coherente y digna. Pero sin embargo no me arrepiento: tenía que hacerlo porque no puedo decir una cosa y vivir de otra.
Y para finalizar yo no castigaría jamás a quién por necesidad vende sexo sino, al que lo compra.