Jardines en el recuerdo

En días de lluvia como hoy, después del infierno del calor, mi madre salía a hablar con sus plantas. Se mojaba con la lluvia mansa sin importarle y a cada una le hablaba con tonos de voz distinto, les contaba o les preguntaba.
Con papá la mirábamos y nos reíamos un poco, tomábamos un mate y le reprochábamos sin escándalos la dulce locura de creer que la escuchaban.
Mi madre tenía un jardín espectacular, nunca compró plantas, siempre robó gajos, siempre le regalaron o las consiguió.

Como el trabajo de mi padre era recorriendo el país, ancha y larga es la Argentina, solíamos acompañarlo y muchas veces hasta nos mudamos un año o dos para estar cerca de él. Mi madre en tres meses o seis, dejaba un jardín. La casa quedaba con la marca indeleble de lo que su voluntad lograba con la tierra y los jardines.
Hoy, en estos días donde tener jardines cambió el estatus de una casa, donde las plantas como las mascotas se han vuelto parte de ser o no ser determinada élite, recuerdo a mi madre. Simple y sencilla, con jardín rebosante, hablando bajo la lluvia mansa, con todas ellas, contándoles, preguntándoles…dejando flores y pimpollos donde vivía, como vestigio de su paso por esta vida, regando plantas, susurrándoles secretos…

Qué tan sabia era y yo recién me doy cuenta.