La fiesta

Corría la década de los 70, acá y allá los que pensábamos diferente nos agrupábamos y corríamos peligros diversos: ninguno suave.

Hilda y José se casaron y se dieron el lujo de una pequeña fiesta. En ese tiempo de todos modos, las grandes fiestas eran sólo para los ricos. Ellos eran hijos de comerciantes clase media y estudiantes universitarios. No tenían tampoco la mentalidad de que su casamiento debía de festejarse con una gran boda tipo tapa de revista. Así que invitaron a los más allegados.

Hilda tenía 19 años y cursaba primer año de medicina, José 21 y iba por el segundo de ingeniería. Y fue una linda fiesta con pocos familiares y pocos amigos.

Sentimos, en algún momento de la noche, ese aire tenso a lo que nos tenían acostumbrados. Los jóvenes podíamos olerlo. Pero seguimos bailando y bebiendo. Teníamos que hacerlo.

A las cuatro de la madrugada sentimos el ruido de los motores. En pocos minutos la fiesta se llenó de uniformes y armas, gritos y personas en el piso, intimidaciones y luego el horrendo silencio y la lenta identificación. Era subrealista buscar los documentos en medio de un casamiento.

A eso de las seis los autos y camiones del ejército se fueron completos de gente joven, casi todos, incluso los flamantes esposos. En la fiesta desolados padres y abuelos lloraban sobre los trozos del pastel pisoteado.

Yo era muy joven, me soltaron casi enseguida. A varios universitarios les tocó padecer entre tres y seis meses de interrogatorios propios de la época, con las violencias del caso porque no se olviden, eran jóvenes, pensaban diferente: eran » el enemigo».

Hilda y José se perdieron en esa niebla espesa y eterna de muchos desaparecidos. Líderes de sus gremios universitarios no merecían otro destino que ser borrados.

Así terminó la fiesta que se expropiaron, la deben de haber gozado muchísimo.

Hay forma de olvidar…?