Éramos adolescentes con ansias de verano y playa. Éramos jóvenes y diáfanos como el agua que llegaba y se iba en olas constantes. Nos aburríamos y divertíamos con la misma frecuencia y nos desaparecíamos de los adultos cada vez que podíamos.
A las 5 de la mañana nos juntamos ese día, el sol aún no despuntaba, comenzamos a caminar por la playa y a reírnos de nada y de todo. Para cuando eran las 9 ya habíamos parado cuatro veces y la playa más cercana, aún no se veía. Teníamos hambre y sed. Pero decidimos seguir porque la consigna había sido desayunar en el otro balneario.
Cuando lo divisamos nos chocamos con el zapato, una bota masculina. Llena de cascaritas, musgo marino, algas y mejillones.
– Sin dudas ha permanecido mucho tiempo en el agua, dijo Juan
– Algún ahogado? – se preguntó Julia.
– Algún hundimiento seguro – afirmó José
– No, dije y aseguré con una voz que no era mía- este zapato pertenece a alguien que todavía no se ahogó… se va a ahogar en estos días…
Con la sospecha de que estaba loca de remate seguimos caminando. Me quité la campera y llevé el zapato adentro sin preocuparme del olor a sal, marisco y peces que tenia.
Esa tarde nos fue muy mal en el regreso: se desató una tormenta sin aviso y apenas si pudimos regresar. La reprimenda fue mayúscula, los permisos de salidas con el grupo cancelados y la tormenta se quedó en la zona por cuatro días y sin amainar.
Cuando finalmente acabó y recuperamos nuestra libertad nos enteramos del naufragio del velero. Pasaban helicópteros y lanchas patrullando la costa, sirenas y luces, todo el tiempo.
Esa noche nos juntamos a jugar cartas en mi casa. Teníamos que quedarnos un poco más cercanos y tranquilos si no queríamos que los adultos se pusieran otra vez, insoportables.
Jugamos cartas, tomamos unas cervezas, nos reímos de todo hasta que les conté la verdad:
– Ustedes saben que me traje el zapato aquel día… lo guardé bajo candado en el baúl del sótano para que mis padres no se escandalizaran o peor, que lo tiraran a la basura…
Ante mi abrupto corte del relato, mi amiga y amigos detuvieron las cartas y me interrogaron con miradas y gestos…
– No está… que yo sé que suena loco pero no está, desapareció el día del naufragio del velero… vayan a ver, acá tengo la llave del candado!
Y desde ese momento andamos buscando al dueño del zapato que se ahogó antes que el dueño…